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Se quedó apoyado en la portezuela del coche, que sujetaba entreabierta, con la mirada fija en la estación de servicio. En los dos cristales y en el automatismo que los abría cuando alguien se acercaba. No salió nadie. No pasó nada. Vino el minuto siguiente y siguió sin pasar absolutamente nada. Dio la vuelta al coche para cerrar bien atrás y entró en él. Hubiese encendido un cigarrillo si hubiera sido un fumador, pero no lo era, así que encendió el contacto con aire de estar echando algo de menos y con toda la calma del mundo. En el maletero, las cifras que hace cinco minutos marcaban la 95 sin plomo hicieron un poco de ruido al chocar las unas con las otras. No estaban acostumbradas a viajar. Tampoco habían dicho nada en lo de los calendarios. Como en la gasolinera, los empleados de las imprentas que habían visto desaparecer los domingos y algunas otras fiestas de guardar no habían abandonado su trabajo montados en cólera ni habían perseguido al infractor. Tampoco en el hipódromo, ni...